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Tata

 

¿Dónde estás R?

Braguitas

Mi compañero de piso quiere vender mis braguitas por internet. "Así nos subiremos en el yen", dice.


Hace mucho tiempo que no venía por aquí.
Tantas cosas han cambiado que yo misma no sé todavía por dónde tengo que ir.

Independencia.
Trabajo.
Ahorrar.
Convivir.
Hacer el amor.
Sudar.
Llorar.
Beber.
Salir.
Reír muuuuucho.
Compartir.
Abrazar.

DESCUBRIR.

Así estoy, descubriéndolo todo.

No duele

La sinceridad no duele. En principio.

En el fondo piensas que mejor decir las cosas tal y como las pensamos. Y no sólo en el fondo, sino que al final tú acabas siendo el que sigues la estela de "esa persona" que ha empezado siendo sincero. Al principio temes a ella. Rehusas mostrarla tal y como es. Porque, a fín de cuentas, la sinceridad es Ella. La tienes guardada al fondo del tu cajón, pero hay tanto polvo por enmedio que, como cuando nos quitamos los zapatos, nos da verguenza mostrar los dedos de los piés. Pero al final están allí. Y no sólo tus dedos, sino los de los demás: con polvo incluido.

Hoy la sinceridad me ha matado un trocito de mi inocente vida. Pero ha llenado un gran islote de mi "nueva vida". Hoy la sinceridad me ha incomodado y me ha acomodado. Hoy la sinceridad ha sido mi mejor enemigo y mi peor aliado. Hoy la sinceridad ha sido él. Me alegro, desde mi más profundo cajón, de que sea sincero. Y de que espere, por casi obligación, que yo lo sea con él. Y, sobretodo, con ella. La sinceridad.

Cuesta desprenderse de la inocencia y dar el paso a la madurez. La comodidad de la niña mimada es fácil, la ajetreada vida de la mujer trabajadora es complicada. Pero... llena mil veces más.

Hoy voy a ver la sinceridad como una aliada. No quiero tomarmela a mal. La sinceridad, quiero creer y quién no lo haga que se aleje de mí, no duele. A partir de ahora la sinceridad no me va a doler.

(Cómo cuesta que no duela la sinceridad... pero estoy segura de que cuando sea mi vendaje será la mejor cura del mundo. Estoy contenta. Aunque no lo parezca. Lo estoy.)

Una historia en carnaval

Una historia en carnaval

Os voy a explicar una bella historia que corre por la ciudad...

Un día cualquiera:

En Barcelona una chica quería ser Cleopatra. Y por una noche se convirtió en ella. Junto a sus más fieles amigas bailó y bailó, bebió y bebió... y conoció a un hombre vestido de mujer. Los flirteos fueron constantes y una pequeña chispa avisaba de su brillo a lo lejos. Intercambiaron sus teléfonos y siguieron bailando. Después de una intensa noche de disfraces y cambios de personalidad egipcianos, Clepatra volvió a su pirámide. Durante el viaje de vuelta una lucecita azul se encendió en su movil: era él, y quería volver a verla. Así que la reina de todos los reinos decidió darse la oportunidad de disfrutar de una primavera que amenazaba con una gran revolución hormonal.

Otro día cualquiera:
Cleopatra esperaba en una plaza en ese momento en el que las agujas de cualquier reloj marcan las 8 de la tarde. Confusa pensó que no reconocería a ese medio hombre-medio mujer... pero no corrieron ni dos minutos las manecillas del reloj, que ya llegaba aquel caballero. Su sonrisa lo contagiaba todo.

Tomaron dos mojitos cada uno e intercambiaron palabras, historias, cuentos, sentimientos, miedos, chistes, guiños, risas, chistes verdes... De pronto, sin que ninguno de los dos se diese cuenta, estaban sentados ante un plato de pasta y una tímida vela. Siguieron hablando de viajes, de libros, de momentos graciosos, de pifias, de lugares comunes... Y otra vez, como si de un ascensor se tratase, se abrió la antigua y raída puerta de un bar: dos Martinis, y más detalles, más curiosidades, más risas y más chistes.
Un pequeño paseo por la recién mojada Rambla les condujo a otra Plaza, ¿el destino? No importaba. Entre el frío y los flyers de un amable argentino decidieron visitar un club.
Dos codos sobre las barra y más conversaciones a las 2 de la noche, más risas, más chistes... más carícias... ahí estaban esas dos personas que en una noche de carnaval escondieron su más sincera personalidad para convertirse en Cleopatra y en una animadora... ahora nada escondían, nada tapaban... ahora sólo eran una chica delante de un chico sincerándose el uno con el otro.

 

Bonita historia ¿verdad?

Letargos físicos

En épocas de exámenes o en situaciones de estrés extremo (muerte de alguien cercano, esperas ansiosas de una notícia...) nuestro cuerpo se convierte en un mero títere. Estamos tan concentrados que hasta nos olvidamos de nuestra parte física, un elemento que se llega a convertir en un lastre.

Estoy de exámenes. Y, además, tengo que entregar dos trabajos costosos y extensos. Me paso horas (y digo horas porque pueden llegar a ser 6 horas) delante del ordenador. Buscando información, rehaciendo párrafos, resumiendo informes... no paro. Pero llega un momento en que de pronto algo me despierta de mi concentración, algo que me hace daño, una sensación molesta: el hambre. Sí. Sí. De pronto siento el estómago como se retuerce y me como si de una pluma cayéndose se tratase vuelvo a la "realidad" y me arrastro hasta la cocina. Pero sólo engullo algo rápido y que me pueda dejar en paz durante unas 6 horas más.

¿Triste? REAL. Así funciona esto. Cuanto menos tiempo tardes en poner a punto tu cuerpo para soportar horas de letargo físico mejor que mejor.

¿Y ahora qué me pasa? ¡Me cuesta respirar! ¿¡Qué me ocurre!?... ¡Ah! Tengo sed... rápido, un vaso de agua, y a seguir con el estrujamiento mental.

 

Hoy mi abuela

Hoy mi abuela me ha dicho que le encantaba Fraga. Tambien me ha dicho que encuentra que es un hombre muy inteligente y transparente.

Hoy mi abuela ha subido al puesto número 1 de mi lista negra.

Hoy mi abuela...

Paradojas de la ley anti-tabaco

Paradojas de la ley anti-tabaco

8:30 pm. Calle Tallers de Barcelona.

 

Tuerzo a la izquierda y paso por delante de un estanco. Se acerca la hora de cerrar y las persianas están medio bajadas. Sale el dueño y, con algo de dolor por el artrosis, se estira para bajar la protección de su pequeño establecimiento. Me fijo en la puerta acristalada y veo un cartel: “PROHIBIDO FUMAR. ESPACIO LIBRE DE HUMO”. Miro hacia mi camino y no puedo reprimir fruncir el entrecejo. Vuelvo la vista al estanco y un enorme y obvio cartel con un cigarrillo humeante tachado en rojo preside la entrada de la casa del tabaco y sus accesorios. Sigo subiendo la calle y me sorprendo: un estanco en el que está permitido fumar. Con la nueva ley anti-tabaco ya no sé si está prohibido fumar en las tiendas; o puede que eso sólo dependa de su amo; o, incluso, puede que sí esté permitido fumar en los estancos, en todo caso, pero ese dueño ha preferido unirse a su comunidad y ha acabado colgando el fresco y clarificador anuncio.

Un estanco en el que no se puede fumar, ¿no parece algo contradictorio, o digno de la paradoja más incomprensible? Pues no. Pueden ser las tres cosas, pero el hecho de que sea un estanco no comporta a que se pueda fumar en su interior. ¿Será el dueño “antitabaquista?” Ahora que lo recuerdo, hace un año entré en ese sitio a comprar papel de liar. Detrás de mí esperaba un chico, de unos 25 años. En el momento en que guardaba el cambio de mi compra, el hombre atiende al joven:

-          Què tal?

-          Molt bé, com va tot per aquí? – responde el chico

-          Doncs bé. Fa molt de temps que no veig a la teva mare, com li va? – dice el anciano dueño mientras apoya sus codos sobre el mostrador.

-          Porta unes setmanes a l’hospital. L’han operat d’un problema als bronquis – y lo dice llevándose la mano al pecho, en un intento de indicarle al amo del estanco dónde se sitúan los bronquios.

-          I ara!, què dius? – el dueño se sorprende ampliamente, abre los ojos y avanza un poco la cabeza.

-          El tabac Paco... esperem que per fí ho deixi – el chico baja la cabeza y busca unas monedas en su mano.

-          Si noi, això és dolent – dice Paco girándose, aún con los ojos abiertos de par en par, para coger de unos diminutos estantes un paquete de alguna marca.

-          Possa’m un altre – el chico vuelve a buscar dinero pero esta vez en el bolsillo del pantalón.

No han mediado ninguna palabra sobre la marca del tabaco, nada sobre qué es lo que desea el joven. Nada. Y, aún así, Paco le pone sobre el mostrador lo que quería.

 Me acuerdo que me quedé un par de segundos escuchando esa conversación. Después, cuando salí a la calle, no pude dejar de pensar en ella: la madre del chico está enferma por el tabaco, hablan de lo nocivo que es y el chico le pide dos paquetes de cigarrillos sin tener que indicarle al amo qué marca desea. Parece que el joven va a menudo y el dueño ya sabe lo quiere. O puede que siempre haya sido el que iba a comprar tabaco a su madre y, en un acto de automatismo, podría decir instinto, Paco le haya puesto sobre la mesa aquella marca que siempre fuma su madre. No puede ser esto. Sería demasiado trágico. Y ahora, un año después, Paco, el del estanco, prohíbe fumar en su local. ¿Tendrá algo que ver? Lo cierto, y todo hay que decirlo, es que es algo atípico que se prohíba fumar en un estanco. ¿Se prohíbe vestirse en una tienda de ropa? ¿No está permitido comer o catar comida en un supermercado? ¿Está prohibido probarse un zapato en una zapatería? ¿No se permite encender una bombilla en una ferretería? ¿Acaso es ilícito probar una pluma en una papelería?

¡Qué complejamente cósmica que es esta nueva ley!

 

 

Bus+metro:tramvia

Un monstruo blanco y verde se desliza por el sintético y congelado césped. Parece suave y sus redondas curvas invitan a pasar la mano por encima de él. Ni se inmuta. Sigo acariciándolo. Me devuelve el dulce gesto con un guiño resplandeciente: tiene los ojos negros y creo ver unas inquietantes pero relajantes lucecitas verdes.

Es dulce y a veces suspira.

Se mueve lentamente, aprovechando cada centímetro, no quiere despertas a nadie ni molestar a los demás dragones.

Una niña lo saluda. Él sonríe. Yo también. Me gusta. 

Es lo que me queda

Como en un cumpleaños se felicitan a los homenajeados o como en un aniversario se desean felicidades... os deseo Feliz Navidad.

Cobardía

Según la Real Academia de la lengua, la cobardía es aquel sentimiento que se sustenta en la falta de ánimo y valor.

Valor... eso es lo que falta hoy en día. Las personas necesitan fuerza interior para comunicarse y dejarse de tantos prejuicios o miedos sentimentales. Si llegasemos a decir las cosas tal y como son muchos problemas serían tan ínfimos que no tendríamos pudor a expresar lo que pensamos. Dejémonos de tanta cobardía y digamos las cosas como son: naturales, que fluya.

Estoy harta de los cobardes. No quiero más indecisos. No me interesan los que dudan, y si lo hacen que lo digan a la cara: que me lo diga él. Cobarde.

Vuelo 2636: la acumulación de sueño y de retrasos hacen interminable la vuelta

Vuelo 2636: la acumulación de sueño y de retrasos hacen interminable la vuelta

Tras esperar una hora al galeón ibérico en el aeropuerto de Kastrup, en Copenhague, por fin embarcamos con frío en el cuerpo y algún que otro cayo en los pies. El paisaje ha cambiado: ya no hay tantas melenas rubias o incluso blancas, pero sí abunda el cabello moreno y oscuro. La fisonomía española también deja mucho que desear y, aún más, sus estrepitosos hábitos sociales.

 

En la entrada del avión una azafata vestida a la última con un traje de Jesús del Pozo nos da la bienvenida, y se nota en su rostro cierto cansancio. Igual que todos los que vamos en ese vuelo. Las primeras filas están ocupadas por familias enteras: el padre en el pasillo, la madre en el centro y el niño o niña pegada a la ventana. La mayoría de los que volamos somos españoles y no estamos acostumbrados a esos tres grados bajo cero. Eso se ve, claramente, en algunas de las narices enrojecidas y en los ojos llorosos del pasaje.

Queremos poner las bolsas y los abrigos en los compartimentos superiores pero todo está lleno. No queda ni un mísero rincón para aligerar nuestro equipaje. La sobrecargo de abordo pide que coloquemos nuestras pertenencias debajo del asiento delantero, pero eso ya está ocupado por nuestros hinchados pies y los sacos del pasajero de delante que se ha visto en la misma situación. Una mujer mueve una maleta y dos filas más hacia atrás se levanta un hombre. El propietario de la bolsa. La ayuda con cierto desagrado y vuelve a sentarse en su asiento resoplando entre dientes. Así son los españoles: quejicas.

 El cansancio, el frío y todo lo que acarrea el volver a casa se nota en el ambiente. Casi no hay un descanso para el silencio: todos hablan y hablan, ríen, gritan o estornudan sin ninguna carga de conciencia. Casi no se puede oír la innecesaria música relajante que suelen poner en los aviones a la hora del despegue y el aterrizaje.

Esperamos durante una media hora en la pista, pues al parecer somos los cuartos en la cola de despegues. El piloto habla por megafonía y nos explica porqué ese vuelo ha llegado tarde: el avión que nos tenía que haber venido a buscar a las cuatro de la tarde sufrió una avería y tuvieron que cambiarlo por uno que venía de París. Así que este galeón volador tiene más de cinco horas de vuelo seguidas. Espero poder despertarme en Madrid y olvidarme de esa cifra.

Por fin despegamos y al poco rato se apagan las luces del cinturón de seguridad. Varios padres se levantan con sus niños y se dirigen a los lavabos. Unas azafatas se acercan a un pasajero que ha encendido su luz y se inclinan para intentar, dentro de lo que cabe, satisfacer sus necesidades. Por lo que parece sólo es una petición mullida: al cabo de un rato vuelve la azafata con una minúscula almohada. La otra vuelve con una micro botella de algún licor.

 

 

Intentamos acomodarnos en las butacas, pero se hace casi imposible. Apoyamos la cabeza sobre la mano, sobre el asiento o, incluso, sobre el respaldo del asiento de delante, pero nada. No hay manera de poder conciliar aunque sea una pizca de sueño. La realidad sigue allí. Siguen esas azafatas corriendo arriba y abajo. Sigue la pareja de delante pegándose el lote. Siguen los niños de detrás gritando mientras aporrean su peluche contra la ventana. Y sigue el capitán del avión pidiendo disculpas por el retraso. Imposible.

 

 

 

Así que lo único que me queda es mirar las insignificantes imágenes de las mini pantallas e imaginarme que este viaje ha sido redondo. Sueño que no he sufrido ningún retraso. Que no he corrido por Barajas sabiendo que mi maleta estaba, en el mejor de los casos, en algún país de la Unión Europea. Que llegué a las tres y media a Copenhague cuando todavía quedaba un resquicio de sol y no tuve que hacer mil y un papeleos en inglés por mi equipaje. Que no sufrí en la helada intemperie danesa. Que el vuelo de Kastrup a Barajas no se retrasó y que pude dormir plácidamente durante tres horas. Y que, finalmente, llego a Barcelona a las diez de la noche, lista para tomarme una sopa y a soñar. Soñar despierta. Porque son las once de la noche y estoy volando por encima de Bruselas y todavía me quedan cuatro de viaje. Y los niños siguen golpeando mi asiento. Y las azafatas hacen sonar sus tacones por la moqueta. Y el capitán sigue diciendo que a fuera hace cincuenta grados bajo cero, y que en Barcelona la temperatura es de diez grados. No se si he perdido la noción del tiempo o, simplemente, sé que nunca jamás volveré a viajar con Iberia.

 

 

Vuelo 582: a pesar de los retrasos los escandinavos amenizan el viaje

Vuelo 582: a pesar de los retrasos los escandinavos amenizan el viaje

Después de perder el vuelo de Madrid a Copenhague - gracias al típico retraso de Iberia - y de correr pasillo arriba, pasillo abajo por el aeropuerto de Barajas, finalmente conseguimos dos asientos, separados, en un drakkar volador de la compañía Escandinavian Airlines (SAS) repleto de vikingos.

Cincuenta o setenta cabezas rubias esperan impacientes ante el mostrador del vuelo 582 con destino a la capital danesa. Tras anunciar el embarque en inglés, castellano y danés – una mezcla de alemán, inglés y una melodía a la japonesa – todos se levantaron empuñando maletines y otros objetos negros. Suenan varios ras y el finger se llena hasta los topes. Pero nadie rechista, nadie se queja, nadie revoluciona a los demás. Las únicas cabezas que soplan con algo más de fuerza son morenas o castañas oscuras.

Al poner un pié en la cabina, una fina mujer vestida de azul y con dos luminosas trenzas rubias sobre los hombros te desea “un feliz vuelo” o un simple  hello”. La visión del pasillo, con sus cuarenta filas, parece algo anticuada: la moqueta es azul marino pero en algunas zonas casi se puede ver el suelo duro, creo, y no quiero admitirlo, que puede ser un trocito del chasis del avión. Mejor será pasar deprisa por ese hueco y poner la vista al frente. En la primera fila tres jóvenes ejecutivos leen el diario. Las puntas de los periódicos se rozan levemente y cuando uno de ellos pasa de página los otros dos corren a imitarlo.

Es curiosa la fisonomía de los escandinavos. Después de pasar varias filas, te das cuenta de que los hombres tienen el pelo corto o rapado, dejando a la fría intemperie unas hermosas y rosadas entradas. Si alguno de ellos tiene el pelo más largo, será lacio, fino y muy liso de color rubio ceniza. La forma ovalada de la frente acentúa aún más los finos labios. Realmente es una parte curiosa de la fisonomía que comparten ambos sexos escandinavos: un fino labio inferior y unos casi inexistentes labios superiores que se abultan en la zona que une la nariz con la boca. Todos son así, hombres y mujeres. Y creo ver alguna niña mientras juega con su también rubia muñeca.

Las mujeres, en cambio, tienen un rostro menos ovalado pero sí más esférico. Unos ojos pequeños y juntos, una rechoncha y rosada nariz y, por supuesto, unos finos y rojos labios. El pelo de las escandinavas puede variar de longitud, de color o de peinado, pero es tan característico que puedes poner una banderita de su país encima de sus cabezas sin equivocarte. Liso, muy liso. Brillante. Con alguna tímida u ocasional ondulación artificial. Las raíces del pelo son clarísimas y el color es indiscutiblemente amarillo. No rubio, no. Amarillo. Ver esa mata de pelo brillante colgando sobre sus hombros me hace recordar una triste canción que trataba la defunción de un pequeño canario amarillo. Ahora que veo pasar a la azafata me la imagino cantando “hay que pena me da, que se me ha muerto el canario...” mientras zarandea sus espléndidas y doradas trenzas de un lado a otro de su cabeza.

Pero siguiendo con los hábitos faciales de las escandinavas, me sorprende la clara obsesión de las vikingas con la depilación. Aunque no entiendo porqué ese fanatismo en contra del vello, ¡si lo tienen blanco!. Ni siquiera las españolas, con lo flamencas que son algunas, podrían llegar a depilarse íntegramente las cejas. Son finas y si te acercas, aunque no mucho pues se lo tomarían como una ofensa, puedes ver el rastro de un lápiz marrón que pasó por allí hace varios días.

El color de los ojos de una o un escandinavo es tan indescriptible como la frialdad que transmiten: es azul, o verde, o incluso turquesa... no, es color hielo escandinavo, es frío. Eso es, es el color que más se puede aproximar a la descripción del frío.

 

Siempre  recordamos a los güiris con su rosada cara, o incluso su enormemente roja piel quemada por el sol del verano. Te llegas a preguntar si esta gente es así durante todo el año o, simplemente, es un enrojecimiento típico de horas de exposición al sol y poca crema protectora. Pero no. Nada de eso. Su piel está siempre en alerta: rosa como los Tres cerditos, rosa como el culito de un mono, rosa como un bebé de dos días. Rosada, enrojecida, algo irritada, demasiado morena, pálida, amarilla... nada de eso. Rosa.

 

A mi lado se sienta un señor con barba de hace cinco días, lleva gafas de pasta gris, tiene unas prominentes entradas y unos finos labios que hacen conjunto con sus fríos ojos.  Todavía no hemos despegado y este vikingo de casi dos metros y unos cuarenta y cinco años ya se ha quedado dormido: con la cabeza echada hacia atrás y la boca abierta. Aunque estemos sentados en una de las puertas de emergencia, sus anchas rodillas tocan el asiento de delante. Sus brazos cuelgan de los reposabrazos como si se tratase de un camembert rosa deshaciéndose. “Listos para el despegue”, y el vikingo simula unas ligeras convulsiones en las extremidades y acaba uniendo sus manos encima de la esférica y gigantesca barriga. Señal de esa cultura fanática a la cerveza a todas horas. Sus dedos son anchos, las hundidas uñas están repletas de algo marrón. Manos de trabajador, puede que de trajinar con madera, y los nudillos espléndidamente relucientes y rosas descansan como la boquita de un bebé que acaba de tomarse el biberón.

Estamos en el aire y vuelve a sonar una voz masculina, supongo que el capitán, hablando en danés ¿o es japonés? No consigo distinguirlo. Se apaga la señal luminosa del cinturón de seguridad y dos hombres se levantan. Uno viste pantalones beige y una camiseta roja de manga larga de algodón con encima un chaleco de lana fina de color verde y unas cenefas blancas horizontales. Lleva una bufanda marrón al cuello y le cuelgan encima del pecho unas gafas. Detrás le sigue un hombre con unas entradas delimitadas por una sutil frontera de cabello gris. Es ancho, alto, imponente y a la vez agradable como un enorme osito de peluche. Lleva una camisa verde de pana fina de manga larga, unos pantalones de algodón beige y, esto me hace, por fin, sonreír, unos tirantes anchos sujetos al pantalón, de color verde oscuro y con unos dibujos que se me hacen familiares. Pasan los dos hombres hacia el final del avión. ¡Ahora caigo! Asomo la cabeza por el pasillo y... ¡sí! Ahí está. Los detalles blancos de los tirantes son los mismos que las cenefas del chaleco verde. ¡Idénticos!
 

El vuelo dura unas tres horas, y en ningún momento se oye a un pasajero hablar más fuerte de lo normal, o a algún niño llorar. El silencio inunda el barco capitaneado por un rubio vikingo. Las azafatas no suelen cruzar el pasillo y  ocasionalmente algún escandinavo se levanta para aligerar el pantalón o la falda. El silencio es tal que Morfeo viene a mi rescate y me acompaña en un dulce sueño.

Iberia miseria

 

Este fin de semana viajé a Copenhague: el viernes volé de Barcelona a Madrid y de allí a la capital danesa. El domingo hicimos el mismo trayecto de vuelta. Pues bien, de los cuatro vuelos que cogimos ninguno fue puntual. No fueron retrasos de 20 minutos. No. Sino de dos horas.

Según Iberia su “objetivo es la puntualidad”, y me da vergüenza admitir que las compañías de bajo coste no tienen el mismo objetivo y sin embargo lo cumplen a raja tabla. No sólo no llegamos a la hora en ninguna de las tres ciudades, sino que también nos perdieron las maletas. Dos de nosotros tuvimos suerte y las pudimos recuperar, pero uno de nuestros compañeros la ha perdido. Para siempre.

Nos hemos sentido como muñecos, incluso llegamos a pensar que todo era una broma y que en algún rincón de Barajas saldría una cámara de algún programa de humor. Vergonzoso.

 

 

Seis...

Una sutil y extraña noche. Dos pícaros riendo.

Tres sutiles copas de vino y cuatro pasos llenos de picardía.

Cinco sutiles miradas y seis apasionados y pícaros besos...

 

Peco de sutileza y él de picardía.

 

Basta de malentendidos

Se dice y se comenta que el nuevo arquetipo de hombre y mujer contemporáneo rehúsa cualquier tipo de comunicación espontánea en el ámbito público.

Vamos a ver, cierto es que el modelo contemporáneo de homo sapiens sapiens se ha vuelta cada vez más mezquino. El hombre y la mujer buscan su provecho personal y ven en el otro un enemigo, una persona con la que hay que competir para llegar a ser el/la número uno. Todo esto parece fatídico y casi apocalíptico: un mundo construido por aquellas personas que puedan llegar a la cumbre mientras se apoyan en los otros. Y es triste admitir que ese arquetipo es muy deseado por algunos de los ciudadanos de las grandes urbes. Pero como bien dice Humberto Maturana en su entrevista en La Contra de La Vanguardia (7/11/2005) deberíamos dejar esa competitividad y movernos más por los sentidos y las pasiones. Él mismo dice que el mundo evoluciona por amor, y así es. Damos cosas con cierto grado de afectividad, unas veces por simpatía y otras por pasión; y gracias a ello crecemos como personas mientras los otros también lo hacen.

A la conclusión que llego es que tendríamos que vivir con una idea en la mente: la reciprocidad del amor, de los sentimientos y de todo aquello que el desconcertante arquetipo contemporáneo decide evitar. Las emociones son buenas, las pasiones mueven masas y el dar y recibir puede ser la solución a muchos problemas intrapersonales e interpersonales. No tengamos miedo a mostrar una pequeña parte de nuestro yo profundo. Eso evitaría tantos malentendidos...

See?

See?

"¿Mirar o ser mirada?"

Ser mirada y mirarme ¿Porqué no? ¿Egoísta? Sí. ¿Narcisista? No, autoestima.

Mirémonos más. Mimémonos más.

SinSentido

Antes de ayer las cosas estaban al revés.

Colgaban calcetines de los balcones.

Calcetines manchados de hierba fresca.

Ayer los neones se apagaron y volvió la música.

Hoy... hoy espero. ¿Sentada? Prefiero depié, así dormiré tranquila.

Sabor a invierno

Sabor a invierno

Hemos cambiado los tenderetes de helados por las casetas de castañas.La joven que se gana unos euritos en verano, por la señora entrada en años y canas que se gana la vida vendiendo ese fruto seco.

El invierno ya está aquí desde el 21 de setiembre, y no sólo lo sentimos en nuestros calcetines, sino también en los brazos cruzados y el mobiliario urbano. Nuestra rutina empieza y vemos las cosas pensando en la temperatura.
Pero aún ponen el aire acondicionado en los buses y en el metro. Aún se suda un poco cuando corremos en el semáforo en rojo. Y aún vemos algún aventurero corto de pantalones.

Y también, porqué no, vemos algún grupo de jóvenes tomándose un helado con sabor a castañas.

¿Gustos? Miles.

Sinceridad

"Estaut... Estatut de Catalunya, com va el tema?"

Yo me pierdo.

Han empezado las clases del tercer curso de periodismo. A pocos pasos estoy de ser periodista con P mayúscula. ¡Qué ganas tengo! y ¡Qué miedo!
Al encaminarnos directamente hacia el oficio de periodista este año podemos escoger entre un aaamplio abanico de asignaturas obtativas. Y, al entrar por la puerta de la facultad el primer día, me pregunté ¿qué coño se del Estatut? ¿qué sé de política?... Poca cosa... y si voy a ser crítica de cine, o crítica gastronómica, o simplemente trabaje en el departamento de defunciones, debería perfilar mis mínimos conocimientos de política. Así que decidí inclinarme por una asignatura enteramente enfocada a ese ámbito.
Tenía miedo por el profesor, por los alumnos que supiesen más, por los libros... por todo. Pero en cuanto ese hombre (presidente del CAC, ex diputado del PSC y un sinfín de titulos más) entró por la puerta, se me quitaron los miedos y me he dicho a mí misma que la política es como un cuento. Si te saltas una línia te pierdes pero cuando la recuperas, es la cosa más divertida. (o eso quiero creer)

¿Qué hago ahora? Pues escuchar el discurso Pasqual Maragall por la radio... ¿qué hice antes? Leerme toda la sección de política del diario... ¿qué haré? pues echarle ganas y comentar con mi profesor que la laicidad de la escuela pública es un paso que debemos tener presente... no sé qué me dirá y tampoco sé cómo le responderé... sólo sé que seré sincera. Y ahora y con esto y con todo. TODO. Hay que ser sinceros.

Sinceridad y naturalidad. Firmes en nuestras muchas y pocas ideas. Auténticos con nosotros mismos. Ser.

Jodido cumpleaños

Sí, hoy es mi cumpleaños y lo paso de la mejor de las maneras.
En la cama, con 38 de fiebre y una bola dolorosa en la garganta. No paro de sonarme y de cagarme en todo. ¿Magnífico verdad?

Puta angina.