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20-N

20-N

Retomo, tras largo letargo, la escritura de artículos en mi weblog, que, aun a riesgo de perder parte de su personalidad, pretendo transformar en una bitácora más accesible, de contenidos menos cargados, de sucinta documentación y más frescos. Todo ello con independencia de que alguna vez me recree en artículos que sí necesitan un lenguaje más técnico, una exposición más detallada y profunda, como adelanto, serán los relativos al proceso constituyente/estatuyente puesto en marcha.

En estas fechas, traer a colación el tema del franquismo resulta más que procedente, por un doble motivo, la clase progresista de este país tiene especial predilección por hablar de la guerra que perdieron y porque manda el calendario.

Por centrar el tema y facilitar paso a un nutrido debate, hay que poner como objeto de este artículo la simbología franquista que pervive en espacios públicos. A nadie se le oculta que la revisión de la misma supone inevitablemente la revisión de los principios inspiradores del pacto constitucional, resumidos en las ideas de consenso y respeto, en la paradógica madurez de una democracia naciente donde los gobiernos supieron centrar su actuación en cuestiones clave, obviando un debate socialmente sangrante y estéril en sus futuribles resultados. 

Hoy en día, a 30 años de la muerte del General y a casi 70 de la contienda fraticida, pretender artificial y precipitadamente la revisión interesada de la simbología franquista responde a un ejercicio de sorprendente inmadurez, a un deseo de contentar determinados socios extremistas y, como no, a la necesidad de taparse las vergüenzas un Gobierno al que cada día surgen nuevos problemas. Levantar la cortina de humo sobre este punto puede parecer adecuado para un Gobierno que cree que la sociedad se compone de socialistas y mudos. Nada más lejos de la realidad los viejos elementos del franquismo han recobrado cierta vida. No puedo sino observar con simpatía estas acciones, ver una bandera falangista en la calle siempre causa una sensación de añoranza (para bien o para mal)  porque responden a algo que por el bien de todos no volverá, pero también en ocasiones sirven para compreder como enfrente de estos elementos radicales se situan otros que no lo son menos pero que inexplicablemente cuentan con el beneplácito de muchos sectores. Entre ellos destacar uno, el Abuelo genocida del cigarro. El que siempre presentan como gran conciliador democrático no es más que un comunista totalitario que agacha las orejas ante El Rey porque si no lo hace la próxima carne picada que tiren los falangistas en la presentación de sus libros puede ser la suya misma.

La mayor sinrazón se encuentra en la pretendida modificación de un monumento nacional como es el Valle de los Caídos. Una obra de singular importancia y un referente turístico de primer nivel, pretende ser destruido para regocijo de comunistas e independentistas, obviando que allí están enterrados combatientes de ambos bandos.

Asentado el debate, sólo me queda añadir sobre la nueva etapa que, dado el carácter sumario de los artículos, las más veces me veré obligado a una costumbre a la que siempre me abstuve; la de participar en los comentarios para aclarar mi posición y eventualmente aportar la documentación que pudiera entender procedente.

¿ENFERMEDAD O INMORALIDAD?

¿ENFERMEDAD O INMORALIDAD?

La frenética carrera legislativa por degradar abiertamente la institución matrimonial, me ha llevado a publicar, acaso también con premura, el siguiente artículo con el objeto de abordar la problemática de la extensión de derechos al colectivo homosexual.
Acercándonos al tema desde una perspectiva naturalista y objetiva, alejada en la medida de lo posible de las implicaciones políticas, hay que empezar señalando que sería de la máxima conveniencia el poder dar una respuesta a la pregunta que nace del título de este artículo, en términos más coloquiales, a la sempiterna cuestión, planteada las más veces a modo retórico; ¿el homosexual nace o se hace? Cabe anticipar que actualmente no hay una respuesta clara y unívoca, y ello puede deberse a dos motivos; que la misma pregunta no alcance a tener respuesta por ser una cuestión que se escape del conocimiento humano –lo cual, a priori, resulta de un planteamiento que infravalora las potencialidades cognoscitivas del ser humano- o bien que la búsqueda de respuesta en el plano científico se encuentre aparcada principalmente por la falta de recursos económicos o desinterés social por dar una respuesta susceptible de ser contraria al pensamiento de lo políticamente correcto. Así las cosas, en la sucinta documentación que he alcanzado a analizar, la causa de la homosexualidad puede nacer de factores genéticos, de un desequilibrio hormonal o más señaladamente de un anormal desarrollo del nódulo cerebral que se conoce como hipotálamo (Simón Le Vay). En general, del análisis que apunta en última instancia a un origen genético se extrae la identificación de la homosexualidad con una anomalía genéticamente alejada de la configuración deseable. Si por el contrario, como se ha dicho, se toma como buena la idea de los desequilibrios hormonales sobrevenidos, la conducta homosexual se identifica como una enfermedad. Ni que decir tiene que en la actual sociedad estos planteamientos son rechazados ipso facto pero no rebatidos razonadamente. Empero, la homosexualidad hasta hace relativamente poco tiempo (1991) estaba incluida en el catálogo de enfermedades mentales de la OMS. Es difícil imaginar que esta organización internacional dependiente de la ONU fundamentara esa relación de enfermedades en simples prejuicios. La razón del cambio de postura no es difícil imaginársela.
En todo caso, los planteamientos citados advierten una total dependencia con criterios científicos que si bien se presumen objetivos y por ello muy apreciados en la lógica rigurosa del discurso, por otra parte se evidencian difusos y escasos por no dar una respuesta ontológica de las consecuencias perniciosas que de un comportamiento homosexual derivan en el plano social y humano.
Acercarse a la problemática de los comportamientos desviados desde una perspectiva más abarcadora implica acudir a la ciencia y razonamiento filosóficos. De esta forma han de ser asumidas las concepciones aristotélicas del mundo como básicas para el recto razonamiento.
Es una costumbre ciertamente extendida en la sociedad el calificar los comportamientos homosexuales como conducta antinatural o alejada de las normas naturales más elementales. En un primer acercamiento, las tendencias homosexuales reciben esta identificación posiblemente a la luz de inmediatos análisis en algo sensorialmente aprehensible a primera vista; que de las especies existentes derivan una serie de conductas naturalmente exigibles, entre las que destaca la función reproductora. Para la consecución de esta actividad tendente a la perpetuación de la especie es condición indispensable la relación ente seres del sexo opuesto, cuyas funciones, por ende, se complementan y cuya relación, en ocasiones, se proyecta más allá del mero acto sexual. Es por esta obligación ineludible del ser humano por lo que la negación de la misma función –homosexualidad-, no puede sino ser comprendida como conducta que atenta a los dictados de la naturaleza. No se puede dejar de tener presente la doctrina aristotélica en la comprensión de estos razonamientos, que podríamos concluir afirmando que con justo resultado se premia la obediencia a lo que es por naturaleza, castigándose lo que contradice su esencia. Así, la imposibilidad de procreación se proyecta en actos de homosexualidad y zoofilia, mientras que las graves deficiencias y degradación del ser humano resultan de los actos incestuosos. A la luz de estas consideraciones se habilita una comparativa legítima entre la homosexualidad y otras prácticas desviadas, igualmente aberrantes desde esta perspectiva, aunque la dictadura de lo políticamente correcto excluya tal símil en el debate social o político. No obstante, es una práctica en igual grado contraria al comportamiento naturalmente ortodoxo, la homosexualidad y el incesto.
Esta visión filosófico-antropológica se puede cerraren base a la doctrina que sobre este aspecto escribe un autor como Kant, nada sospechoso de oponerse a las ideas de progreso y evolución. Así, el alemán habla de “comunidad sexual” para referirse “al uso recíproco que un hombre hace de los órganos de otro, y es un uso de bien natural (por el que puede engendrarse un semejante) o contranatural, y éste, a su vez, o bien el uso de una persona humana, o bien el de un animal de una especie diferente a la humana; estas transgresiones de las leyes son vicios contra la naturaleza(...)[y] no pueden librarse de una total reprobación (...)”(Metafísica de las costumbres, 24).
Una de las clásicas remisiones que efectúa la progresía para sustentar la normalidad de un comportamiento homosexual se realiza representando el mundo clásico, la cultura griega, cuna del pensamiento occidental, donde la homosexualidad estaba muy extendida y a menudo era considerada la expresión más perfecta del “eros”. No obstante, aunque tal concepción fuera elevada al texto platónico de El Banquete, no es menos cierto que el filósofo ateniense rectifica su postura y manifiesta su rechazo a la homosexualidad en una obra de madurez como Las Leyes. No obstante, a quien se siga encontrando cómodo en aquel argumento hay que invitarlo a que en lógica coherencia con su argumentación rescate otras prácticas de uso común en la antigua Grecia como lo son la pedofilia o la esclavitud.
Cuando se acude a estos argumentos de amplia inspiración teleológica, a menudo se intentan rebatir sobre la base de comparaciones estrictamente insostenibles. Ello sucede de modo especialmente significativo ante el argumento –conservador y enfocado a defender la inconveniencia de conceder hijos en adopción a los homosexuales- de que lo que ni Dios ni la naturaleza les han concedido a las personas no se lo puedan conceder ellas mismas. Así, inmoral resulta que los homosexuales adopten hijos. Empero, aquí contraargumenta la progresía manifestando que sobre tal lógica tampoco podrían adoptar aquellas parejas estériles, quienes no tienen concedida la gracia de tener hijos. Conviene aquí, para rebatir esta comparación, desempolvar la vieja terminología aristotélica del acto, la potencia, lo accidental y lo esencial. Una pareja heterosexual estéril no puede actualizar la potencia de ser padres. Una pareja homosexual no puede actualizar la potencia de ser padres porque, lisa y llanamente, carecen de tal potencia. La diferencia no es menor, el argumento nos permite afirmar que en el caso de parejas heterosexuales la imposibilidad de tener hijos se reduce a un impedimento accidental mientras que sobre la pareja homosexual cabe afirmar la existencia de un impedimento esencial. Los impedimentos esenciales no pueden superarse porque ello contraviene los principios más elementales que rigen en la naturaleza. No obstante, nada hay que oponer a que se intente sanear lo accidental, verbi gracia, ayudando médicamente a una pareja heterosexual a cumplir su fin reproductivo o concediéndoles una adopción.
Llegados a este punto, roto el hielo y acaso con el velo de rubor ya desprendido, cobran especial vigor las palabras de un representante del Consejo General del Poder Judicial que en diversos medios se manifestaba contra la inminente reforma sobre la base del siguiente parecer; si el argumento del Gobierno para regular la celebración de matrimonios homosexuales se sustentaba en dos condiciones a verificar como es el afecto que se profesen los contrayentes y la demanda social, ninguna razón encontramos para justificar una negativa ante una propuesta de matrimonios entre hermanos o con animales. Si las razones del Gobierno giran en torno al afecto y la demanda social, satisfechos ambos requisitos, nada podemos oponer jurídicamente a este tipo de uniones, lo que nos sitúa en la más absoluta indefensión dialéctica.
Abierta la puerta al matrimonio homosexual, costoso sería el cerrarla ante una solicitud de inclusión de poligamia o poliandria como formas válidas de matrimonio; y deberíamos sentirnos satisfechos si en esta vorágine de libertinaje instalada las demandas concluyen ahí.
La reforma del Código Civil aprobada en el Congreso se proyecta sobre una serie de artículos, de entre los cuales, conviene que advirtamos el significado del siguiente. Art. 44 CC “El hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio conforme a las disposiciones de este Código”. El proyecto de ley presentado y la previsible reforma contienen una redacción distinta de este precepto, por tanto, se ha estimado necesaria su modificación por entender que en la actual regulación no tienen cabida los tipos matrimoniales del mismo sexo. El problema, a ojos del jurista, no es considerar necesaria la reforma del art. 44 CC, antes al contrario, si se quiere dar cabida a estas formas matrimoniales deviene inevitable una modificación del precepto. Por el contrario, el problema radica en que al tomar como buena la interpretación del art. 44 CC, la misma interpretación cabe hacer del art. 32.1 CE, cuyo contenido expresa: “El hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica”. Señalado esto, se hace imprescindible que la reforma del Código Civil fuese acompañada de la correlativa reforma del Texto Constitucional, toda vez que los preceptos citados coinciden en plenitud en los aspectos sustantivos, por lo que el alcance que se interprete para uno ha de serlo también para el otro. Pero si esto no contuviese fundamento bastante, habría que acudir a un análisis sistemático del Texto de 1978 para proyectar sobre el art. 32.1 CE la interpretación más adecuada. Así, del estudio de varios preceptos –como lo son el art. 30.1 CE “Los españoles tienen el derecho y el deber...”, art. 57.4 CE “Aquellas personas que teniendo derecho a la sucesión...” o art. 53.2 CE “Cualquier ciudadano podrá recabar...”- se desprende que el Constituyente de 1978 nunca utiliza, para referirse a una colectividad abstracta de personas, la expresión “el hombre y la mujer” o “los hombres y las mujeres”, sino que esta expresión se reserva en exclusiva para encabezar el artículo referente al matrimonio. Tal elección no es una casualidad ni se justifica en virtud de la arbitrariedad en el leguaje, sino que es vivo reflejo de la idea de matrimonio que concibe el Constituyente del 78. Así, bien pudiera haber encabezado “los ciudadanos tienen derecho a contraer matrimonio” o “las personas tienen derecho a...” Que no utilizara estas expresiones cuando son las comunes en el resto de preceptos constitucionales apunta a que la concepción del matrimonio heterosexual es la legítima y cualquier otra forma resulta abiertamente inconstitucional. Así las cosas, si se modifica en esos términos la regulación civil creemos imprescindible que también se reforme en el mismo sentido la Constitución, eventualidad esta que parece no va a tener lugar. La razón es evidente, para poner en marcha el procedimiento agravado de reforma del art. 167 CE, teniendo presente la composición de las Cámaras, necesitaría el Gobierno, en todo caso, del apoyo del PP. Sólo decir que peligroso resulta en una sociedad democrática que la Norma Fundamental no se respete, o se mire para otro lado interpretándola chapuceramente, de forma conveniente a los intereses del político.
Añadir, por último, que no es intención de mis palabras el causar agravio al colectivo homosexual, ni tampoco enarbolo bandera alguna de intolerancia. Creo que nadie civilizado puede considerar a otro un ciudadano de segunda porque éste tenga un problema, porque problemas tenemos todos. Hay que superar esa mentalidad de la misma forma que hoy nadie discrimina a un ciego, a un parapléjico o a un deficiente. Admitir que los homosexuales tienen un problema –del signo que sea- es el paso necesario, porque yo aplaudo a aquel homosexual que por sentirse diferente y avergonzarse no sale del armario, y encumbro a aquellos pocos que salen del armario a pedir que los cambien, porque quieren ser gente normal.

HORIZONTES DE CRISIS

HORIZONTES DE CRISIS

Cuando en marzo de 1996 alcanza el poder el Partido Popular, aun había mucho votante confundido, temeroso o escéptico. Tras una primera legislatura impecable, sucedió que ese voto indeciso cuatro años después cayó del lado de la formación liberal. Misma política y similares logros siguieron en la segunda legislatura pero una serie de factores, externos y ajenos a la gestión del PP, despertaron y movilizaron a los que otrora se agachaban cabizbajos. Esa masa nostálgica del socialismo del GAL y Filesa consiguió intimidar al votante del PP, en la mayoría de los casos, hay que aceptar, no demasiado comprometido en causas políticas. Colofón de todo, la sangre del 11M aúpa definitivamente al poder a un grupo de humoristas: ZP, Pepiño, Caldera, Trini, Desatinos,...
No hay que olvidar que el PP, con escaso control en los medios ante el gran poder “prisaico” y nulo control en la calle, generaba en su política económica tal confianza en la sociedad que aun con el descontrol social, el único motivo de su derrota electoral está en el trabajo de Bin Laden.
Las escandalosas cifras económicas que maneja en su última legislatura el ladrón “Bonsái”, fueron corregidas con la brillante gestión de Rodrigo Rato. Una política de libre competencias, de privatización del obsoleto y mastodóntico sector empresarial público, una política de bajada de los tramos del IRPF, son algunas de las medidas adoptadas reducir el paro, aumentar el PIB y aumentar los ingresos públicos. Cualquier economista comprende que una política de reducción de impuesto directo sirve para recaudar mayores ingresos públicos en el medio plazo. Algo que parecen ignorar determinados militantes socialistas y les gusta negar a los exaltados de la hoz y el martillo.
Una Seguridad Social saneada, el paro reducido a la mitad, la temporalidad y los contratos basura se reducen (aunque a algunos les extraña el PP deja unos índices de temporalidad inferiores a los de la etapa felipista que, recordemos, fue quien introdujo en masa esta modalidad de contratación). Más afiliados a la seguridad social sin necesidad de regularizaciones hoy abroncadas desde Europa. Un crecimiento económico envidiable y envidiado que repercutió en el bienestar social de todos los españoles y que creaba la mitad del empleo en Europa. Una gestión económica intachable por alguno de sus extremos era el principal eje de campaña del PP, motivo éste solo suficiente para mantenerlo en el poder. Hoy en día uno de los principales autores de esta proeza económica preside el FMI, por algo será.
El actual ejecutivo, hipotecado por sus socios separatistas y comunistas, en deuda moral con los autoritarios de la pancarta y los Goya; se debate entre la necesidad de continuar la única política sensata, el liberalismo controlado y corregido, o bien complacer a la progresía más chirriante y volver a la política del fracaso: más impuestos, más déficit y con ello menos crecimiento más paro y menos ingresos públicos. En definitiva a la política del felipismo, un 23% de paro, un crecimiento del PIB en negativo del 1% en 1993, un 7% de déficit público y una Seguridad Social que debía 100000 millones de pesetas. El único sensato en el gallinero, Solbes, está castrado por la izquierda ignorante.
Mientras ZP echa la moneda al aire, a vivir de las rentas y la inercia de la gestión económica del PP, a distraer la sociedad con regularizaciones masivas, matrimonios entre dos hombres o entre dos mujeres, abortos sin limitación y apoyar la experimentación científica con todo ser humano que poco menos que no hable. Cuando se acabe el circo a lo mejor hay que decidir sobre como obtener el pan, entonces ya será demasiado tarde y se tendrá que poner en marcha la típica política socialista: limosnas en lugar de trabajo.

EL REBAÑO ATEO

EL REBAÑO ATEO

La madre naturaleza es sabia, para muchos, creadora de todo lo existente. Bajo esta afirmación se esconden argumentos de corte puramente mecanicista o de base biológica –mecanicismo disfrazado- que no corresponde refutar porque yo, al menos por el momento, encuentro que es un debate que se escapa al conocimiento humano. Por el contra, una cosa es indiscutible, no se puede encontrar explicación alguna en la ciencia, ni en la naturaleza respecto a la formación constante y empírica, no ontológica, de los valores, principios e ideas sobre los que se incardina la razón existencial del elemento diferencial humano, que nos distingue, de entre otras cosas, de los animales.
Esa amalgama de compleja construcción que llamamos moral es un complejo desconocido que, de momento, pese a intentos, nadie ha alcanzado ha demostrar que nazca igual en todos los hombres. Tal vez podría aventurarse que sí es consustancial a la persona la especial capacidad potencial de cognoscibilidad de los principios morales. Esto es, los hombres no nacen con los principios morales impresos en su ser, pero sí con la capacidad innata y exclusiva de poder conocerlos. Si tomamos esta premisa inicial como válida, de ahí ya se colige el resto, que es la necesidad de alimentación espiritual, la nutrición más elevada que debe recibir el hombre a lo largo de su vida. Para completar el código deontológico de una persona se necesita de un constante bombeo de principios, ideas y buenas acciones, una constante experimentación con hechos que aprehendemos y asimilamos o desechamos. En definitiva, la formación de la moral requiere de un aprendizaje que, a su vez, requiere de un maestro capacitado. Durante muchos siglos, el papel protagonista de esa enseñanza ha correspondido a la Iglesia que, sin aglutinar el monopolio del dogma ético para con la sociedad, sí ha sido principal maestra espiritual para muchos de nosotros. Es en el catecismo, en una clase de religión, en un sermón de la misa de domingo o en la simple expresión de cristiano: “no hagas eso que es pecado”; cuando uno comienza a discernir, acaso a través de un método pedagógicamente cuestionable, lo que está bien de lo que está mal, lo deóntico en su definición más abarcadora. Basta acudir a la Tabla de los Diez Mandamientos, a las enseñanzas de Jesús o los pasajes evangélicos para irradiar felizmente nuestro espíritu con buenas y ejemplares acciones, sanas conductas. El perdón, el amor al prójimo, no matar, no robar, etc. Son nobles actuaciones que, aun pudiendo ser enseñadas a través de una ética laica, arraigan con más fuerza cuando están impregnadas de ese sentimiento religioso que es la fe. La Iglesia, con sus problemas que no se escapan a institución terrenal alguna, ha legado unos magníficos principios de convivencia y virtudes teologales universales.
Sí es cierto que podría extenderme indefinidamente en alabanzas a la Iglesia, sólo lo aquí expuesto es motivo de relevancia para que con especial respeto se traten los asuntos religiosos en el campo político.
Excedería los límites sensatos de este artículo el pormenorizar en las crispadas relaciones que el actual ejecutivo mantiene con la Iglesia Católica. Decir aquí que en la Ilustración la máxima del “sapere aude” (atrévete a saber, a pensar por ti mismo) se encamina a alcanzar una autonomía del ser humano que ansiaba desligarse del yugo eclesiástico. Alcanzada en nuestros días la libertad religiosa y la autonomía individual y moral de la persona, surgen nuevos políticos en su versión de pastores laicos adoctrinando con su credo anticlerical. Paradojas de la vida, a estos “maestros” de la moral, conductores del rebaño ateo, la misma máxima les es aplicable. No piensen por nosotros, déjennos elegir y actuar conforme a nuestra religión, no me digan que casillero marcar en el IRPF, algo intolerable en una democracia, una injerencia en el pensamiento de la persona y una atentado a la autonomía individual de cada uno.
Siguiendo los símiles evangélicos, ZP sería el feliz cordero que no se preocupa en amonestar a “Pepiño” cuando llama casposos a los miembros de la jerarquía eclesiástica o, más recientemente, no se corrige a López Garrido que en un ejercicio del cinismo más oportunista, criticó duramente la postura ambigua de la Conferencia Episcopal ante el referéndum del 20-F. Toda postura ante una cuestión de tal magnitud es respetable en una democracia, más aun si no es un partido político el que se pronuncia. Sobretodo, no se puede tolerar esa critica por parte del partido que tiene como socios del NO a comunistas y separatistas.
Una vil estrategia, una maniobra de distracción de López Garrido que ojala se quede en mera neblina transparente.
Con preocupación y perplejidad intento comprender como se puede volver al pernicioso anticlericalismo de la nefasta II República, toda vez que nuestra Constitución promueve expresamente la cooperación entre el Estado y la Iglesia Católica; mandato éste que no está siendo respetado en nuestro País que, señores del Gobierno, no es laico, sino aconfesional y cooperacionista por derecho y católico de hecho.
Ahora; el ateísmo elevado a religión.

VENDIDOS

VENDIDOS

En la política, también en otros ámbitos, el oportunismo es una constante inherente en muchos comportamientos. Se observa en las inauguraciones, en la licitación de obras y promesas en firme que se realizan en plena campaña electoral; también en explotar al máximo la más mínima pifia del adversario. ¡Qué se le va a hacer! La política siempre ha traído estas cosas.
Últimamente está instalándose una clase de oportunismo más ruin y peligroso, más rastrero, si se quiere. Utiliza, no una promesa, no un insulto, sino cadáveres aun calientes con fines políticos y personales. Exponentes de ello encontramos en la reciente Guerra de Irak. El periodista Jon Sistiaga paseó incansablemente la muerte de su compañero José Couso por los platós de televisión, aprovechando el tirón del trágico acontecimiento para sacar réditos personales y de paso hacerle la campaña a la izquierda. Hoy día Couso se pudre bajo tierra y Sistiaga se pudre con el dinero de su demagógico libro, que ya va por la cuarta o quinta edición.
Como utilización demagógica, la muerte del hijo del ex-líder comunista J. Anguita ya supera la ficción. Por supuesto es lo lógico utilizar la muerte de un hijo como excusa para hacer un llamamiento a la tercera república. Claro, lo típico en lo que piensa un padre en el funeral de su hijo es la forma política del Estado, es que era evidente la relación de causalidad entre la muerte de Anguita Parrado y la monarquía española. Me falta por averiguar si el ataúd iba engalanado con la tricolor del 31.
Estas actuaciones éticamente deplorables resurgieron tras la comparecencia de Pilar Manjón en la Comisión del 11M. Antes de conocer a Pilar "Mojón" (le va mejor este apellido por su frialdad estática), comentaba con un amigo que bastaría un elemento de la progresía entre las víctimas para que tomara el mando cuán caudillo militar. Ese elemento de la progresía fue Pilar "Mojón". La mujer de las lágrimas de cocodrilo se erige como representante de las víctimas para no ser incoherente con su condición de afiliada a CCOO y comunista. Pilar "Mojón" se jacta de ir a votar el 14M cuando su hijo aun estaba por identificar. Cuando le es exigible a una madre estar todo el tiempo pendiente de la identificación de su hijo, esta mujer perdía el tiempo en la urnas votando al comunista de turno (LLamazares). No nos venda ahora otros sentimientos con sus sollozos de actriz de "culebrón", se le ve el plumero pero no el amor de madre.
Tres "progres", tres oportunistas que juegan a sacar ventajas de cadáveres que merecen más respeto. Esa es la España hacia la que caminamos.

LA VENGANZA DEL MORO: Reflexiones sobre el islote Perejil y otras traicciones

LA VENGANZA DEL MORO: Reflexiones sobre el islote Perejil y otras traicciones

Tras la crisis del islote Perejil, en los círculos del CNI (por aquél entonces creo que aun se llamaba CESID), comienza a estar en boca de todos una idea que imprime acuciante preocupación: la venganza del moro. Éste y muchos otros argumentos de peso aparecen descritos en el libro "11 M, La Venganza", de Casimiro García-Abadillo, que trataré de dar lectura a la mayor celeridad posible, tan pronto consiga un ejemplar. De este tipo de obras que nacen con vocación de bettseller oportunista, desconfío las más veces. Sin embargo, resulta que en el caso del presente libro, el objetivo de imputar responsabilidades del atentado del 11-M al Reino Alauí, viene avalado, ya desde poco después de su independencia, por una trayectoria y actitudes de constante traicción hacia España. La sistemática política de afrenta que manejan contra España, sin ánimo de caer en soberbia, es inconcebible para todo país en vías de desarrollo que se dirija a la octava potencia económica del mundo. Profundizando en ese comportamiento, en esa manera de entablar relaciones con la apariencia y el engaño por bandera, conviene analizar no pocos episodios de esperpéntico objeto y sinuosas finalidades. Anticipado está, que un amargo odio y rencor, y un especial "sentimiento de western", de saldar deudas pendientes, contamina la ilegítima clase política marroquí.
Conviene hacer memoria y recordar que Marruecos cobra independencia tras la decisión de las potencias coloniales francesa y española de retirarse de ese protectorado. Hasta entonces, es decir, antes de 1956, Marruecos no era un Estado reconocido. Fue aquel dictador, creo que se llamaba Francisco Franco –que muchos tratan de enterrar bajo la losa de la ignominia sin apercibir que la verdad convierte todo material en permeable y reflota aquélla cada vez que escriben De la Cierva, Casas de la Vega, Salas Larrazábal o Pío Moa-, el que, como así describe en su libro Francisco Franco Salgado-Araújo "Pacón", decidió no intervenir militarmente ante la declaración de independencia marroquí porque no merecía derramarse otra gota de sangre española en tal cometido. No calificaré de generoso tal acto o decisión ya que entonces tendría que repetirme o me quedaría corto de adjetivos para describir cual fue la postura de España ante la "Marcha Verde". No obstante, ahí quedan apuntadas las palabras del General y que cada cual lo juzgue a su manera.
Como adelanté, y saltando incidentes menores sobre los que dispongo de escasa información –como es el caso de una patrullera marroquí que ametralló pesqueros españoles a principios de los 70 -, la "Marcha Verde" se perfila como un despropóstio escrito con mayúsculas, un vapuleo lamentable del carroñero oportunista. Sí, Marruecos ansiaba el Sáhara, pero también era conocedor que con un ejército de mínimos nada tendría que hacer ante, por ejemplo, un Mirage F1 o una fragata F-70, que por aquel entonces constituían recientes adquisiciones del ejército español. Tampoco Franco daría a torcer su brazo ante semejante humillación. El General que firmaba sentencias de muerte, razonablemente, no huiría con su ejército de la colonia saharaui si era un tercero el que invitaba a la marcha. Así las cosas, Hassán II urdió un plan de indudable astucia e innegable desprecio por la vida de los más débiles. Promovió esa gran gran marea humana encabeza por mujeres y niños para ocupar "pacíficamente" la colonia española. Nadie soportaría verlos volar por los aires en la frontera minada, nadie justificaría apretar un gatillo ante civiles indefensos. Pero, ¿cuál hubiese sido la respuesta de Franco? No lo sabremos, estaba agonizando. Hábilmente Hassán II sortea los dos escollos, una guerra militar que le sería desfavorable y un dictador africanista que renunciaba a perder todas sus colonias. Aprovechando la ignorancia y mansedumbre de los civiles marroquíes, la generosidad de una sociedad española cada vez menos comprometida con la España Imperial y un vacío en el poder que ni Arias ni el Rey se atrevían a cubrir en toda su extensión, Hassán II pone la primera piedra de un contencioso de extraordinaria vigencia en nuestros días. Rompo un lanza en favor del Rey, quien viajó a dar ánimos a las tropas españolas arengándolas con evidente destreza, aquello no era una rendición.
El episodio de la "Marcha Verde" no tarda en ser asumido y es absorvido por cambios que experimenta España en la Transición. Empero, el monarca alauí no tardará en evocar viejos recuerdos cuando sutilmente deja caer, al por entonces Presidente Adolfo Suárez, la posibilidad de una nueva "Marcha Verde" sobre Ceuta y Melilla. El Presidente, con necesaria contundencia, afirma sin titubeos que en ese caso ordenaría bombardear Casablanca y Rabat. El moro sólo había tanteado, había movido ficha y comprendió que aquella jugada tenía pocos visos de salirle redonda. Veremos como este proceder será una constante en la política marroquí.
Como un jarro de agua fría debió caer en el Reino norteafricano la feliz noticia de la firma de los acuerdos OTAN en 1986 por parte de España. Nuestro país dispondría del apoyo de fuertes aliados si un tercero atacaba su integridad territorial. No obstante, sería una ingenuidad olvidar una lacra que llega hasta el día de hoy. La OTAN no protege la integridad del conjunto de España, no amparan estos acuerdos a las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, sino que quedan excluidas del alcance OTAN.
Ya en el S. XXI, el sucesor Mohamed VI será fiel al estilo de su padre y utilizará análogas maneras engañosas, poco diáfanas, de oscura y subrepticia finalidad. De todos es conocido, y ha sido pormenorizadamente descrito, el incidente del islote Perejil, punto álgido de la decadencia de unas relaciones bilaterales cada vez más deterioradas. Por la relativa cercanía temporal del suceso y por la amplia cobertura mediática e informativa, considero innecesario ahondar más en unos hechos perfectamente narrados, analizados y examinados. No obstante, me gustaría matizar dos aspectos sobre este tema.
Primero, consideraría imperdonable, por mi condición de jurista en formación, el eludir o descuidar la perspectiva jurídica del conflicto con las consiguientes consecuencias jurídicas y justificaciones que del mismo emanan. Así, perfectamente Federico Trillo expuso los principios del Derecho Internacional que daban cobertura legal a tal actuación en una rueda de prensa convocada "ad hoc" poco tiempo después de ejecutar el desalojo. Por eso, me gustaría centrarme en la perspectiva que ofrece el Derecho interno, de la que muy poco se ha hablado, al menos en los medios. De una interpretación sistemática del bloque de constitucionalidad (Constitución y Estatutos) se extrae la idea de necesidad de desalojo del islote, esto es, no simple causa de justificación legal, sino de imposición constitucional. El art. 8 CE reserva a las FAS el deber de garantizar la integridad territorial de España, tanto de agresiones internas como externas. El art. 147 CE reserva a los EEAA la competencia de fijar las fronteras y límites geográficos. El islote Perejil se halla expresamente incluido dentro de los límites del territorio español en virtud de los que expone el estatuto ceutí. De la combinación de estos dos preceptos, vemos que aparece configurado un deber para las FAS de defender la integridad de ese trozo de España que se llama Perejil.
En segundo lugar, habría que analizar la crisis de Perejil teniendo presente los antecedentes comentados. No sólo encaja, sino que es exponente de esa línea diplomática y vía del hecho consumado que sigue Marruecos. Benaissa, como el valedor de esa política, o como peón sacrificado, no se sabe, fue el que mantuvo la conveniencia de la ocupación del islote como instrumento para la lucha contra el narcotráfico. Claro, para luchar contra el tráfico de drogas es "conditio sine qua non" señalar el islote con dos banderas marroquíes, sustituir los gendarmes por infantes de marina y un emplazamiento mejor dotado y, por supuesto, enviar las patrullas marroquíes a rondar los abyacentes peñones españoles. Es la misma conducta alevosa, de engaño, de envoltorio con sorpresa que sigue Marruecos de manera endémica.
Esta idea no está sustentada por nada más que hechos constatables. Aun así, no debería dejar al margen la curiosa y coincidente visión que hace Camilo José Cela en su libro "Mazurca para dos muertos", sobre la naturaleza traidora del moro. Lástima que estemos en condiciones de afirmar que esta idea trasciende del ámbito literario del ilustre nobel a la realidad.
A lo largo de esta reciente pero ajetreada historia, Marruecos tropezó dos veces con obstáculos que lo replegaron de sus objetivos ilegítimos. En el momento actual cabría preguntar, ¿ZP haría gala de la firmeza de Suárez y su contundente respuesta? ¿se embarcaría en una empresa cuasibelicista pero imprescindible como hizo J.M. Aznar? Temo que las respuestas sean negativas, ojalá me equivoque y los hechos me saquen de este error pero todo hace pensar que hoy día corren aires muy propicios para que Marruecos mueva ficha por enésima vez. Y, al fin, le salga bien la jugada.

MARE MAGNUM

MARE MAGNUM

Tal vez hubiese sido de recibo empezar la andanza de esta weblog, espero fructífera y participativa, con tema de presentación a modo introductorio. Resulta, sin embargo, que no soy amigo de alardes protocolarios ni de desplegar un abrumador cuadro de consideraciones previas, recomendaciones o elenco de agradecimientos. Por esto, y porque no me considero forofo de la doctrina de lo políticamente correcto, me tomaré la licencia de entrar en materia con un tema harto espinoso y complejo, divergente y de disputa en la clase política y en la calle: la política exterior.
Por todos es sabido que el actual Ejecutivo ha dado un giro en las relaciones internacionales de nuestro país de consecuencias, apenas sí emergentes, que corresponde anticipar y predecir. Al final, la cuestión se reduce a si hubiese sido más positivo seguir con el proyecto político del PP en materia internacional.
Primeramente podemos hablar de las relaciones con la UE, en especial con Francia y Alemania. Se ha intentado potenciar esta relación argumentando que hasta entonces estábamos solos en Europa, incluso fuera del Viejo Continente. Falaz argumento si se refiere a cooperación en materia económica o antiterrorista que, a la postre, es lo que interesa fortalecer con nuestros vecinos europeos. El actual ejecutivo no sólo no ha avanzado en estas materias, sino que, por el contrario, hoy peligran más que entonces los fondos de cohesión. Eso sí, los fotógrafos ahora tienen más trabajo.
Solamente es de esperar, y ahora hablo por boca de Jiménez Losantos, que como se les ha descosido el Imperio basura a los franceses en Costa de Marfil, teniendo que intervenir su ejército, Bardem y su panda de titiriteros proteste, se manifieste, patalee y monte toda su parafernalia comunista antibelicista -por cierto, términos, estos dos últimos, antagónicos -. Pronostico que no lo harán porque detrás del “NO A LA GUERRA”, en muchos casos, sólo se esconden fuertes sentimientos de antiamericanismo e, incluso, antiespañolismo.
Si lo que hacemos es girar la mirada hacia el otro lado del océano, el panorama no puede ser más desolador. Por más esfuerzos que hagamos, es difícilmente imaginable mayor torpeza diplomática para con la primera potencia mundial. Se ha pasado de no coincidir en determinados temas a una actitud, sencillamente, irrespetuosa, alentada por los cuatro primarios de turno que enarbolan la bandera de la demagogia en la calle mientras el político ignorante aplaude. De la metamorfosis contagiosa que sufren los líderes de la izquierda al referirse a EEUU no se ha salvado ni el propio Ministro bonachón del “gegeo”, puesto que todos ellos sin excepción, poseídos por un no sé qué, que diría Locke para referirse a la sustancia, no ahorran en descalificaciones ni se reservan a la hora de dar las descripciones más desafortunadas sobre la Administración estadounidense. Porque quien se aviene a razones, no puede dar otra interpretación a que las tropas se retirasen intempestivamente, esto es, fuera del plazo dado, a que el Presidente invitase a todos los países a la espantada de Irak quebrando así la frágil seguridad jurídica que impera en el ámbito internacional o a que se haga una explícita campaña pro Kerry, por citar sólo los ejemplos más llamativos del cenit de la torpeza, la cima del desprecio y la cúspide de la ingenuidad. Todo ello para que al final sea necesario enviar a Gustavo Cisneros, hombre enriquecido por el felipismo, a perseguir por los cotos de caza extremeños a “papᔠBush. Luego aun tendrán la cara de decir que era Aznar el que se arrodillaba delante de Bush. Estos del PSOE insultan y luego se arrodillan, a su manera, eso no es sólo falta de estilo o sutileza, es, simplemente, cobardía heredada desde su etapa en la oposición.